10 de noviembre de 2015

Preguntas

Copo,
Yo creí que ya era independiente. Bueno, casi, casi del todo. Pero la independencia total me ha llevado a una serie de aprendizajes que se me han clavado en el corazón por secula, seculorom. Vale, sí, esto lo he puesto así para que se note que hice el bachillerato de humanidades. Sí,  y demostrar que el latín no es una lengua muerta: sirve para hacerte la lista. Pero a lo que iba, La independencia total me ha llevado a hacerme muchas preguntas. A dónde vamos, de dónde venimos. O ¿Qué narices es el IBI, por qué es tan caro, por qué tengo que pagarlo cada año?

¿Por qué leches venden fregonas amarillas y fregonas blancas y nadie te avisa de que las amarillas destiñen un montón con la lejía? ¿Eh? ¿Por qué?¿Cuál es la diferencia entre el abrillantador de suelos y el jabón de suelos? (Nota informativa: Después de un año con el suelo reluciente y con lamparones aprendí a distinguir sus usos, tranquis). ¿Con qué frecuencia tengo que limpiar la escalera de vecinos cuando me toca sin que Rosa y Margarita (mis vecinas) piensen que soy una loca de la limpieza o una cochina? ¿Qué lleva el Kh7 para que me haya hecho adicta a él? 



¿Por qué mi sueño de poner calefacción en el pisín está por delante de viajar a las Maldivas? ¿Es esto acaso la madurez? Y hablando de planes, ¿Es normal que un planazo para mí sea dejar la cocina como los chorros del oro? ¿Y es normal que los viernes mi mayor aspiración sea comer una pizza barbacoa, en pijama, aferrada a mi sofá viendo Tu cara me suena?¿Por qué unos planes diferentes me dan una pereza mortal?

¿Me tengo que preocupar por haber dejado de presumir de lo guapo que es mi galán y empezar a hacerlo porque hace un caldo que te mueres de bueno? ¿Es normal? Ah! ¿Y por qué las pescateras me miran mal cuando les digo que le pregunten al galán que bicho de mar quiere comprar, que a mí el pescado con ojos y tripas me dan asquete? ¿Es que acaso la paridad de género no ha llegado al mundo de Mercadona y sus pescaderías? ¿O la cara es porque se preguntan cómo pude cazar a un tipo tan apuesto que hace caldo y limpia pescado? Y ahora que lo pienso, ¿cómo lo hice? Qué ojo tuve, madre mía.

En fin, preguntas. 




11 de octubre de 2015

Divinity y sus consecuencias

Copo,
Ya hace más de tres años que nos lanzamos, ni cortos ni perezosos, al mundo inmobiliario. Tres años. Sólo de echar cuentas me han salido canas y todo. Qué barbaridad. La verdad verdadera es que nosotros íbamos de cabeza a un alquiler pero alguien nos cogió por banda y nos convenció de que en nuestro caso, lo mejor era la compra. Allá que nos fuimos.

Yo toda la vida me había imaginado cómo elegiríamos piso el galán y yo: buscando un buen distrito escolar pensando en el futuro, con vistas, parques espectaculares cerca, etcétera, etcétera. Qué lástima. A cambio ahora tengo un piso con vistas a un patio de luces y una vecina que canta David de María a pleno pulmón los sábados. La vida. 

Pero volviendo al tema, aún no entiendo como ese alguien nos convenció. No teníamos un duro, yo no tenía trabajo y nuestro presupuesto era diminuto. Tan, tan diminuto que cuando empecé a llamar, en las horas de descanso de la universidad, a inmobiliarias las agentes se reían de mí. Literalmente. Yo me hacía la ofendida, obviously, que una es pobre pero digna. 

La cuestión es que hallamos una inmobiliaria que nos miró con ojitos. Y tenían pisos con nuestro presupuesto. Pero teníamos que mentalizarnos: Pedro, nuestro agente, (al que el galán llamaba Pablo SIEMPRE) se iba a convertir en nuestro mejor amigo por un tiempo. Necesitábamos buscar mucho para dar con una perla. Pablo Pedro nos miraba con ojitos porque decía que le dábamos envidia. Que había que ver lo mucho que nos queríamos. Que qué bonito. Que normal que nos casáramos. Que seguro que encontraba un piso.

Pronto entendimos que Pablo Pedro nos iba a enseñar pisos como si de los hermanos Scott se tratara. Lo que él se saltó la parte de enseñarnos un piso guapo fuera de nuestras posibilidades primero para mentalizarnos. Nosotros ya sabíamos que éramos pobres, no necesitábamos tratamientos de choque. A lo que iba. Que los pisos que veíamos necesitaban una reforma profunda, sí. Y mucha imaginación por nuestra parte, también. Como éramos jóvenes y yo llevaba altas dosis de Divinity en vena, nos lanzamos a la búsqueda de pisos cutres y horrosos llenos de porquería por reformar. La pena es que QuemeellamoPedro no tuviera un hermano gemelo con camisa a cuadros que nos hiciera la reforma.

Los hermanos Drew y Jonathan Scott

Pero a lo que iba. Que cuando te lanzas al mundo de la búsqueda de piso te encuentras de todo, de TODO. Pisos en los que las puertas de cartón piedra son un primor en comparación al resto.  Pañales sucios por las esquinas. Revistas con contenido X en los baños. Campamentos gitanos con chabolas y hogueras en el parque de la comunidad. Cocinas mugrientas. Cuartos que eran quintos sin ascensor. Comedores como este:
Y yo ya lo contaba en facebook por aquel entonces...

Para que os hagáis a la idea de cómo estaba el asunto, reservamos un piso donde los azulejos del baño estaban pegados con celo. Con celo. Tremendo. Y esa nuestra mejor opción. La vida es un carnaval y  poco antes de firmar dimos con otro piso. Cuando nos llamaron para verlo yo me estaba haciendo la foto de la orla, un cuadro. El galán lo vio sólo pero tanto le gustó que acabamos por comprarlo. Así, sin que yo lo hubiese visto. En la vida quien gana es quien arriesga y, la verdad, nosotros sólo podíamos perder un piso con los azulejos pegados con celo. Ya ven.

(La historia de cómo aprendí a hacer regatas, quitar estucados y enyesar si eso, os la cuento otro día.)


2 de octubre de 2015

Yo cantaba bien

Copo,
Yo antes de casarme cantaba bien. Os lo prometo. O al menos eso creía. Pero oigan, 22 años de mi vida que he vivido engañada. 22 años hasta que me casé.
 Yo era de las que cantaba en el patio del cole y me decían que lo hacía bien. Hacía una imitación de Anastasia (la de la película de dibujos, no la cantante, se entiende) buenísima. Mi amigo Javi lo flipaba. Aunque mi amigo Javi era de fliparlo en la vida en general.
 Pero a lo que iba. Que yo cantaba bien. En el comedor de mi casa jugaba a Lluvia de Estrellas. Y a Menudas Estrellas. Y es que yo era muy, muy fan de Bertín y sus programas. Mis padres me decían que eso acababa tardísimo y me lo grababan en VHS. Cada viernes. Y yo cada sábado me levantaba para verlo. Y me flipaba. Y soñaba con poder entrar siendo Albarroyo y salir siendo mmm… yo qué sé, Megan de Hercuéles, por ejemplo. Además estaba convencida de que lo de la puerta era a tiempo real y que detrás había mucha gente que los peinaba y cambiaba súper rápido. Anda que no. Yo era una niña inocente, qué queréis que os diga.
 Después llegó la adolescencia. Llegaron los looks imposibles y el puñetero acné. Pero ojo, yo seguía cantando bien. Bastante bien. Laura Pausini y Kesia no se me daban mal, pero a Amaya Montero la clavaba. En un concierto de La Oreja de Van Gogh podría haberle dado el cambiazo y nadie se hubiese dado cuenta. Mis amigas me pedían que les cantara y hacíamos grabaciones con nuestros móviles en blanco y negro. Ais.
 Y así transcurrió mi historia. Yo iba con la cabeza alta por la vida creyendo que cantaba bien. Lo cierto es que cuando engañé enamoré al galán me flipaba que fuera músico. Como veis yo soy muy de flipar. Me emocionaba yo sola en la intimidad que algún día podríamos cantar rollo Presuntos implicados o algo así, ¿os lo imagináis? Mis sueños se fueron al traste pronto. Al muchacho le iba el rock progresivo. Agárrense que vienen curvas. Yo tampoco sabía lo que era eso hasta que lo conocí. Y ahí alguien que tiene la voz de Amaya Montero poco tiene que hacer. Una pena.  Pero yo seguía creyendo que cantaba bien.
 Y nos casamos. Y el tipo me dijo que porfi, que no le cantara en la boda. Que no quería que yo le hiciera una sorpresa y el quedar mal en la boda y no hacerme nada. Yo no canté. Y el se marcó un baile que lo flipas. Ahí podría haber sospechado algo, pero no. El misterio se reveló la primera vez que lo di todo en la ducha. Me estaba marcando alguno de mis temazos y una cabeza enfurecida se asomó por la puerta. Y dijo que hiciera el favor de no cambiar de tono constantemente. Ejem. Dos años después sigo sin saber a qué se refería.
 Yo ahora sé que no canto tan bien. El hecho de no haber triunfado en el mundo de la música (y quedarme a cantante suplente de verano en el grupo de la iglesia podría haberme dado una pista, quizás). Pero oigan, sigo dándolo todo. Hoy lo estaba haciendo plancha en mano y con mi Spoty a tope y el galán me ha pedido que por favor, piense en los vecinos.
 Yo cantaba bien, os lo prometo.

27 de septiembre de 2015

Conflictos matrimoniales

Copo,
Cuando anuncié a los cuatro vientos mi próximo enlace matrimonial (discreta que es una) hubo quien me auguró lo peor. Que la convivencia era un horror, que era muy joven para meterme en algo así... vamos, que en lugar de celebrar una boda parecía que me iba directita al corredor de la muerte. No obstante, yo soy positiva por naturaleza y no creí nada de lo que me dijeron. Ay, qué inocente era. Yo creía que lo sabía todo del galán...

Dos años después puedo hacer balance de muchas cosas. La sabiduría de la experiencia corre por mis venas y no me corto un pelo en poner sobre la mesa un gran conflicto matrimonial que tengo con el galán. Así, pum, sin paños calientes. Y no voy a hablar de el ramalazo musical que se trae el que vive conmigo a horas intempestivas (con premeditación y alevosía), no. Aunque la verdad es que podría. Porque aquí me hallo, a las doceyveintitrés de la noche escuchando como le da a la guitarrita y atemorizada a que los vecinos vengan a tocar a nuestro timbre. Otra vez.

Pero no, yo aquí venía a hablar de mi libro. Y de conflictos matrimoniales. Y es que la primera discordia marital entre mi costillo y una servidora da para escribir dos o tres entradas. Ese conflicto es ni más ni menos, el sueño. El dormir. Parece un tema burdo y banal, ¿eh? No se fíen. En una pareja de recién casados nada es burdo ni mucho menos banal.

Para empezar mi historia por el principio de los tiempos diré que nunca me ha gustado dormir. Mi madre cuando se remonta a principios de los 90 a explicar mis primeras andanzas por el mundo lo recuerda con cierta incredulidad. Nunca es nunca. Me cuesta conciliar el sueño, suelo dormir poco y mal y me gusta ponerme el despertador los fines de semana para aprovechar el día.  Soy así, y me acepto. Y casi siempre me quiero tal y como soy.

Pero llegó él. Y es que mi vida podría ser fácil y maravillosa a no ser de que me fui a casar con una marmota. Es tremendo. Yo no lo sabía, pero por lo visto me fui a emparejar con alguien cuyo día ideal es pasarse el día durmiendo o en pijama. Un infierno para mí. 

Poco a poco hemos ido limando asperezas, no se crean. La vida es así y si no puedes con tu enemigo debes unirte a él. Ah, y quien duerme en el mismo colchón se vuelve de la misma condición. Y perro ladrador poco mordedor, aunque eso no viene a cuento ahora. A lo que iba, que yo poco a poco voy disfrutando del dormir y ya casi no recuerdo mis noches en vela. Él duerme menos, mal y a veces hasta se pone el despertador los fines de semana para aprovechar el día.