27 de septiembre de 2015

Conflictos matrimoniales

Copo,
Cuando anuncié a los cuatro vientos mi próximo enlace matrimonial (discreta que es una) hubo quien me auguró lo peor. Que la convivencia era un horror, que era muy joven para meterme en algo así... vamos, que en lugar de celebrar una boda parecía que me iba directita al corredor de la muerte. No obstante, yo soy positiva por naturaleza y no creí nada de lo que me dijeron. Ay, qué inocente era. Yo creía que lo sabía todo del galán...

Dos años después puedo hacer balance de muchas cosas. La sabiduría de la experiencia corre por mis venas y no me corto un pelo en poner sobre la mesa un gran conflicto matrimonial que tengo con el galán. Así, pum, sin paños calientes. Y no voy a hablar de el ramalazo musical que se trae el que vive conmigo a horas intempestivas (con premeditación y alevosía), no. Aunque la verdad es que podría. Porque aquí me hallo, a las doceyveintitrés de la noche escuchando como le da a la guitarrita y atemorizada a que los vecinos vengan a tocar a nuestro timbre. Otra vez.

Pero no, yo aquí venía a hablar de mi libro. Y de conflictos matrimoniales. Y es que la primera discordia marital entre mi costillo y una servidora da para escribir dos o tres entradas. Ese conflicto es ni más ni menos, el sueño. El dormir. Parece un tema burdo y banal, ¿eh? No se fíen. En una pareja de recién casados nada es burdo ni mucho menos banal.

Para empezar mi historia por el principio de los tiempos diré que nunca me ha gustado dormir. Mi madre cuando se remonta a principios de los 90 a explicar mis primeras andanzas por el mundo lo recuerda con cierta incredulidad. Nunca es nunca. Me cuesta conciliar el sueño, suelo dormir poco y mal y me gusta ponerme el despertador los fines de semana para aprovechar el día.  Soy así, y me acepto. Y casi siempre me quiero tal y como soy.

Pero llegó él. Y es que mi vida podría ser fácil y maravillosa a no ser de que me fui a casar con una marmota. Es tremendo. Yo no lo sabía, pero por lo visto me fui a emparejar con alguien cuyo día ideal es pasarse el día durmiendo o en pijama. Un infierno para mí. 

Poco a poco hemos ido limando asperezas, no se crean. La vida es así y si no puedes con tu enemigo debes unirte a él. Ah, y quien duerme en el mismo colchón se vuelve de la misma condición. Y perro ladrador poco mordedor, aunque eso no viene a cuento ahora. A lo que iba, que yo poco a poco voy disfrutando del dormir y ya casi no recuerdo mis noches en vela. Él duerme menos, mal y a veces hasta se pone el despertador los fines de semana para aprovechar el día.

24 de septiembre de 2015

El regreso

"Por lo demás, voy asumiendo poco a poco la inauguración de mi último curso universitario en compañía de la compi. Ya os iré contando nuestras batallitas entre tules de novia, reportajes de boda y búsquedas de piso. Ojú, qué añito nos espera." 

Qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte. Hace exactamente tres años y cinco días que escribí en este blog por última vez. Muy fuerte. Yo que ya había cerrado a cal y canto esta etapa, aquí me hallo, ante la posibilidad de quitarle el polvo a este diario y retomarlo como aquella dulce jovenzuela que lo empezó. Increíble, pero cierto. 

A veces recibo mensajes de gente preguntando qué fue de mí, que por qué no escribo. Esto queda muy de artista trasnochada pero es tan cierto como que me llamo Alba. Dejé de escribir  porque el último año de mi vida universitaria fue una auténtica locura: Estudiaba, trabajaba en mi proyecto final de carrera, diseñaba nuestra boda, buscaba vestidos de novia que no me obligaran a vender ningún órgano vital para poder pagarlo (y no fuera de la década de los 90, que fue una época muy mala en lo que a moda se refiere), buscaba un piso medio decente en el que poder cohabitar con el galán e intentaba convivir con la compi, lo cual no era moco de pavo. Al final, todo junto y revuelto fue un cóctel molotov que me llevó a tener aspecto de indigente y un herpes en la cara. 

Abandoné a la compi, reformamos nuestro piso (el cual digievolucionó de cuchitril lleno de basura a pisín mono), nos casamos por todo lo alto y volvimos de nuestra dulce luna de miel (por el amor de Dios, me acaba de dar hiperglucemia) me encontré con una vida por montar. Así, tal cual. No teníamos muebles, todas nuestras cosas estaban en cajas y justo empezaba un trabajo nuevo (dos, para ser más exactos). En esa época nos hicimos famosos en el bloque (más) y me daba la risa floja llamar al galán marido. Era una niña dulce e inocente con veintidós años recién cumplidos, no me juzguéis.

Cuando tuve un escritorio medio en condiciones y dejamos de robarle internet a los vecinos me dio apuro escribir... ¿y ahora qué cuento yo? ¿después de tanto tiempo? ¿una chica mujer casada hecha y derecha puede tener un diario como este? La verdad es que dos años después de hacerme todas esas preguntas aún no las sé responder. Así que vamos a ponernos a ello:

Hola me llamo Alba y este es el diario de Copo...

¡Bienvenidos!