Copo,
Cuando anuncié a los cuatro vientos mi próximo enlace matrimonial (discreta que es una) hubo quien me auguró lo peor. Que la convivencia era un horror, que era muy joven para meterme en algo así... vamos, que en lugar de celebrar una boda parecía que me iba directita al corredor de la muerte. No obstante, yo soy positiva por naturaleza y no creí nada de lo que me dijeron. Ay, qué inocente era. Yo creía que lo sabía todo del galán...
Dos años después puedo hacer balance de muchas cosas. La sabiduría de la experiencia corre por mis venas y no me corto un pelo en poner sobre la mesa un gran conflicto matrimonial que tengo con el galán. Así, pum, sin paños calientes. Y no voy a hablar de el ramalazo musical que se trae el que vive conmigo a horas intempestivas (con premeditación y alevosía), no. Aunque la verdad es que podría. Porque aquí me hallo, a las doceyveintitrés de la noche escuchando como le da a la guitarrita y atemorizada a que los vecinos vengan a tocar a nuestro timbre. Otra vez.
Pero no, yo aquí venía a hablar de mi libro. Y de conflictos matrimoniales. Y es que la primera discordia marital entre mi costillo y una servidora da para escribir dos o tres entradas. Ese conflicto es ni más ni menos, el sueño. El dormir. Parece un tema burdo y banal, ¿eh? No se fíen. En una pareja de recién casados nada es burdo ni mucho menos banal.
Para empezar mi historia por el principio de los tiempos diré que nunca me ha gustado dormir. Mi madre cuando se remonta a principios de los 90 a explicar mis primeras andanzas por el mundo lo recuerda con cierta incredulidad. Nunca es nunca. Me cuesta conciliar el sueño, suelo dormir poco y mal y me gusta ponerme el despertador los fines de semana para aprovechar el día. Soy así, y me acepto. Y casi siempre me quiero tal y como soy.
Pero llegó él. Y es que mi vida podría ser fácil y maravillosa a no ser de que me fui a casar con una marmota. Es tremendo. Yo no lo sabía, pero por lo visto me fui a emparejar con alguien cuyo día ideal es pasarse el día durmiendo o en pijama. Un infierno para mí.
Poco a poco hemos ido limando asperezas, no se crean. La vida es así y si no puedes con tu enemigo debes unirte a él. Ah, y quien duerme en el mismo colchón se vuelve de la misma condición. Y perro ladrador poco mordedor, aunque eso no viene a cuento ahora. A lo que iba, que yo poco a poco voy disfrutando del dormir y ya casi no recuerdo mis noches en vela. Él duerme menos, mal y a veces hasta se pone el despertador los fines de semana para aprovechar el día.